jueves, 4 de agosto de 2016

Carta de una desconocida

              Al pronunciar mentalmente el título de esta novela, lo primero que se me viene a la cabeza es un recuerdo infantil; y me veo a mí misma, con trece o catorce años, recorriendo concienzudamente con la vista los estantes de la biblioteca de mi pueblo, desde los cuales una enorme cantidad de autores (para mí extraños) me saludaban sin otra carta de presentación que el título de sus obras, la edición de las mismas  o la sonoridad de su propio nombre. Eran las primeras veces que me alejaba de la sección de literatura infantil para dirigirme a la que sin más se denominaba "narrativa".  Aquellos libros tan misteriosos, sin dibujos, a veces ni siquiera incluían un resumen en su contraportada, de manera que la fuerza de evocación del título era muchas veces el único reclamo para una lectora totalmente inexperta. Muchas veces, escogiendo los libros por su título, después de haberlos leído, los cerraba extrañada, llegando a la conclusión de que a veces el autor pone a sus libros títulos caprichosos, o títulos elegidos al azar. Recuerdo que alguna vez incluso cerré alguna novela muy enfadada, pensando que el autor había escogido un título que prometía una gran obra, cuando el texto en cuestión valía más bien poco. Fue entonces cuando comenzaron para mí una serie de costumbres que hoy aún practico: inventarme las historias de los libros a partir de su título antes de leerlos y preguntarme por qué el autor eligió el título que le puso a su historia, así como intentar pensar en otros títulos que también pegasen con la historia.
             Entre mis recorridos por aquella sección de narrativa había una colección de libritos cuyos, si bien aparecían diseminados por las baldas (puesto que el criterio de ordenación de las obras era por el apellido del autor), eran fácilmente relacionables: eran unos libros pequeños, ni demasiado altos ni demasiado gruesos, presentados en una cuidada edición que apenas recuerdo sino entre nieblas: lo que sí recuerdo es que el papel que cubría la portada era siempre mate y de colores pastel, y que la tipografía era elegante y estilizada. Uno de sus títulos era Primer amor -¡qué sugerente título para una preadolescente!-, y otro, Carta de una desconocida. Qué pondría aquella carta era algo que yo intentaba imaginar, y me imaginaba que no eran buenas noticias. Me imaginaba un hombre en un salón amplio y soleado de una casa grande en una ciudad pequeña, y me lo imaginaba leyendo la carta, una carta -no sé por qué- anónima de alguna admiradora o de alguien que iba a contarle un gran secreto. En cualquier caso, por el diseño del libro, tanto él como ella eran gente elegante. No iba tan desencaminada, de lo cual deduzco que el editor de la colección supo captar el espíritu de las obras. En cualquier caso, no fue entonces cuando leí la obra. Ya había intentado leer Primer amor, y para una niña acostumbrada a Enyd Blyton, esa literatura era aún inaccesible. "Los leeré cuando sea mayor", me prometí a mí misma entonces. Y Primer amor aún no lo he leído, pero sí que leí Carta de una desconocida. Fue hace unos años cuando, recorriendo con la vista las estanterías de la librería de mi pueblo (que no es el mismo pueblo de mi niñez), encontré una balda que llamó poderosamente mi atención. Estaba repleta de libros que llamaron mi atención, igual que había sucedido hace años con aquella colección de libros color pastel, por su diseño. Me refiero a los libros de la editorial Acantilado, que desde hace un tiempo están haciendo las delicias de los lectores ofreciéndonos obras de autores escogidos. En esta balda estaba Carta de una desconocida. No pude evitar recordar cómo admiraba aquel librito en la biblioteca de mi pueblo sin haberlo leido, y decidí que ya había llegado la hora, que ya tendría madurez para entenderlo. Pero... junto a él había otros libros que también me llamaban la atención y que eran del mismo autor, así que en mi mente comenzó una pugna entre títulos de novelas de Stefan Zweig que luchaban gritándome: cómprame, cómprame... Quería leerlos todos, de repente sentía una gran curiosidad por aquel escritor del que no sabía nada pero que sabía que ponía unos títulos preciosos a sus novelas (Ardiente secreto, Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, La embriaguez de la metamorfosis... cada título me parecía mejor que el anterior). Por suerte, el problema se resolvió cuando descubrí un volumen de más de 1500 páginas que rezaba así: Stefan Zweig, Novelas.  Y en un mes las había leído todas. 
           Carta de una desconocida no fue la que más me gustó, pero no dejó de resultarme entrañable cumplir aquel viejo deseo infantil. La historia en sí es muy llamativa, pero no la voy a desgranar aquí porque me gustaría que los lectores dejasen volar su imaginación como pude hacerlo yo en su día. Pero lo mejor de la novela, como en toda la obra que conocí de Zweig, es la caracterización de los personajes. La capacidad de Stefan Zweig de meterse en la mente del personaje y hacer partícipe al lector de toda una serie de ideas y sentimientos de una manera tan viva que pareciese que él mismo estuviese en la piel del personaje es todo un arte, y en esta novela -me parece a mí- es particularmente difícil, dado la singularidad de las peripecias de la protagonista femenina. Al terminar de leerla me quedó un sentimiento difícil de explicar, que solo experimenté leyendo a grandes autores como Cervantes o Leopoldo Alas "Clarín": una extraña compasión, teñida de cariño,  tanto por la desconocida que escribe la carta como por su destinatario. He de decir que este mismo sentimiento se vive de nuevo al leer otras obras de Zweig, con lo cual no puedo hacer menos que declararlo un genio.
             Ayer mismo pude ver la adaptación para el cine que dirigió Max Ophüls en 1948, en la que Joan Fontaine es la actriz principal. Tenía miedo de que se borrase en mi memoria toda la cadena de recuerdos que tenía asociada al título en cuestión, pero he de decir que, si bien la adaptación introduce algunos cambios sustanciales tanto en el argumento de la obra como en los personajes, el espíritu de la novela está muy bien captado. He de resaltar que, como suele suceder, la película oculta de manera un tanto puritana la actitud que la protagonista femenina tiene hacia la sexualidad, si bien hay una escena (cuando Lisa y su esposo regresan a casa de la ópera) en la que tiene lugar una conversación en la que se deja ver de manera un tanto velada lo poco que importaban a la protagonista la decencia y la moral (en palabras del personaje del esposo), cuando para ella su amor por Stefan (así se llamaba en la película, aunque en el libro se menciona al protagonista masculino como un escritor cuya inicial es R.) es lo único que importa. En el libro hay pasajes que llaman la atención porque critican abiertamente la hipocresía social que se supone que tiene que guardar la mujer a la hora de tratar con los hombres. Por ejemplo:
"Hoy entiendo tu sorpresa; sé que las mujeres, aunque tengan el más fervoroso deseo de entregarse, suelen negar su disposición, fingen un sobresalto o indignación que exige ser aquietado con súplicas, mentiras, juramentos y promesas. Sé que quizá sólo las profesionales del amor, las prostitutas, aceptan en el acto una invitación parecida con alegría, o las muchachas del todo ingenuas, las totalmente inmaduras. En mi caso, solo intervino -¿cómo podías intuirlo?- la voluntad convertida en palabra, el anhelo reprimido de miles de días. Pero, por una cosa o por otra, te quedaste asombrado y empezaste a mostrar interés por mí".
             Por último, dejo unas fotografías: una es la portada del libro de las Novelas de Zweig en la editorial Acantilado; otra es una fotografía de un fragmento de la primera página de Carta de una desconocida, extraída del libro que acabo de mencionar; la tercera es una fotografía de un momento de la película.
           Espero que os haya picado el gusanillo de leer a Zweig, pues es un escritor que realmente merece ser conocido.



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